El sepelio del bocachico
Por: Libardo Muñoz
Por: Libardo Muñoz
Friday, Dec. 14, 2007 at 6:32 AM
En el cementerio de Lorica, la Asociación de Productores para el Desarrollo Comunitario de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, que preside Néstor Romero Mercado, hace pocos años hizo el entierro simbólico del bocachico.
En Lorica hubo una marcha de unas dos mil personas que escucharon una misa oficiada por el sacerdote Nicolás Gaviria, de la Parroquia de la Santa Cruz. Más adelante hicieron una peregrinación hasta el cementerio, todo en memoria de una de las especies más apetecidas, nombradas e importantes en la nutrición de la comunidad costeña (Ver El Universal, marzo 15 2003, nota de Marcelino Orozco).
La empresa ni el alto mando ambiental del país se dan por enterados de esta denuncia, motivada por la que se considera ya la degradación ecológica y humana más terrible de la Costa Caribe colombiana de los últimos 50 años.
"En las épocas de subienda, los bocachicos no cabían en los botes, vendíamos, comían nuestras familias y quedaba para tomar ron", recuerda nostálgico Anselmo Madero, un pescador de un poco más de 50 años de edad, que parece de 70. Tiene las mejillas hundidas, le faltan casi todas las muelas y su piel está marcada por el sol constante en una labor muy dura.
Durante la Conferencia Internacional de Derechos Ambientales y Humanos de 2006 en Cartagena, una delegación de indígenas embera-katíos, en presencia de observadores internacionales, protagonizó una protesta contra Urrá I con actos folclóricos y una muestra de su cultura ancestral frente a la Torre del Reloj.
El gran poder de la empresa Hidroeléctrica de Urrá logró reducir el impacto de la protesta, y aquella movilización interesante no tuvo trascendencia mediática.
Si Urrá I creó una herida ambiental profunda que empieza a cobrar su precio en hambre y desocupación, resultante de la desaparición de la pesca y del descontrol de las inundaciones, la perspectiva de Urrá II es la de una catástrofe social que generará más desplazamiento en una región donde este fenómeno es una violación de la seguridad alimentaria y de los Derechos Humanos.
La desaparición como fuente de recursos para el sostén de las personas parece un destino inevitable para el Valle del Sinú, calificado hasta el cansancio como "uno de los más fértiles del mundo".
El latifundio y la ganadería extensiva aportaron su cuota de atraso y de negación de la reforma agraria en Colombia. Como si fuera poco ahora viene Urrá II, una especie de "tiro de gracia" con un anzuelo improbable de "energía para todos".
Un estudio de la Fundación del Sinú "demuestra que en Córdoba se han secado 80 mil Ha de humedales" (Ramiro Guzmán Arteaga, El Espectador 1 de diciembre 2007 pag 3A).
La primera parte de Urrá desapareció un poco más de 7 mil Ha. de selva húmeda; con la segunda sucumbirán 70 mil más de selva húmeda ecuatorial del Nudo del Paramillo. La sedimentación que le espera al Sinú desde sus riberas será incontenible por la falta de vegetación.
Todo este Apocalipsis ecológico se hace en nombre de un proyecto que pone el interés por comercializar electricidad por encima de los derechos de la comunidad.
La Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) declara que la energía de Urrá es la más costosa del país, con una capacidad instalada que representa apenas un 3% del total nacional.
Las cifras irreales no cumplen los objetivos anunciados y los embera-katíos temen que Urrá II les signifique su arrasamiento total.
En el cementerio de Lorica, la Asociación de Productores para el Desarrollo Comunitario de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, que preside Néstor Romero Mercado, hace pocos años hizo el entierro simbólico del bocachico.
En Lorica hubo una marcha de unas dos mil personas que escucharon una misa oficiada por el sacerdote Nicolás Gaviria, de la Parroquia de la Santa Cruz. Más adelante hicieron una peregrinación hasta el cementerio, todo en memoria de una de las especies más apetecidas, nombradas e importantes en la nutrición de la comunidad costeña (Ver El Universal, marzo 15 2003, nota de Marcelino Orozco).
La empresa ni el alto mando ambiental del país se dan por enterados de esta denuncia, motivada por la que se considera ya la degradación ecológica y humana más terrible de la Costa Caribe colombiana de los últimos 50 años.
"En las épocas de subienda, los bocachicos no cabían en los botes, vendíamos, comían nuestras familias y quedaba para tomar ron", recuerda nostálgico Anselmo Madero, un pescador de un poco más de 50 años de edad, que parece de 70. Tiene las mejillas hundidas, le faltan casi todas las muelas y su piel está marcada por el sol constante en una labor muy dura.
Durante la Conferencia Internacional de Derechos Ambientales y Humanos de 2006 en Cartagena, una delegación de indígenas embera-katíos, en presencia de observadores internacionales, protagonizó una protesta contra Urrá I con actos folclóricos y una muestra de su cultura ancestral frente a la Torre del Reloj.
El gran poder de la empresa Hidroeléctrica de Urrá logró reducir el impacto de la protesta, y aquella movilización interesante no tuvo trascendencia mediática.
Si Urrá I creó una herida ambiental profunda que empieza a cobrar su precio en hambre y desocupación, resultante de la desaparición de la pesca y del descontrol de las inundaciones, la perspectiva de Urrá II es la de una catástrofe social que generará más desplazamiento en una región donde este fenómeno es una violación de la seguridad alimentaria y de los Derechos Humanos.
La desaparición como fuente de recursos para el sostén de las personas parece un destino inevitable para el Valle del Sinú, calificado hasta el cansancio como "uno de los más fértiles del mundo".
El latifundio y la ganadería extensiva aportaron su cuota de atraso y de negación de la reforma agraria en Colombia. Como si fuera poco ahora viene Urrá II, una especie de "tiro de gracia" con un anzuelo improbable de "energía para todos".
Un estudio de la Fundación del Sinú "demuestra que en Córdoba se han secado 80 mil Ha de humedales" (Ramiro Guzmán Arteaga, El Espectador 1 de diciembre 2007 pag 3A).
La primera parte de Urrá desapareció un poco más de 7 mil Ha. de selva húmeda; con la segunda sucumbirán 70 mil más de selva húmeda ecuatorial del Nudo del Paramillo. La sedimentación que le espera al Sinú desde sus riberas será incontenible por la falta de vegetación.
Todo este Apocalipsis ecológico se hace en nombre de un proyecto que pone el interés por comercializar electricidad por encima de los derechos de la comunidad.
La Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) declara que la energía de Urrá es la más costosa del país, con una capacidad instalada que representa apenas un 3% del total nacional.
Las cifras irreales no cumplen los objetivos anunciados y los embera-katíos temen que Urrá II les signifique su arrasamiento total.
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