“Tan mal que estamos, Petro, y tú cortando orejas”. Los miembros de su partido podrían parodiar esa frase cristiana para quejarse de su cada vez más incoherente ex candidato presidencial, por quien 1.300.000 polistas votaron cándidamente, convencidos de su solidez ética. Esos electores de izquierda, que no son propiedad privada del Senador como él parece creer, permanecieron engañados muy pocos días, los mismos que él se aguantó antes de pedir turno, cual si fuera Roy Barreras. Quería tomarse una foto con el Presidente entrante, que éste concedió gustoso para demostrar que arrodilló hasta a su más duro polemista. La disculpa de Petro –“convocar un diálogo nacional sobre víctimas, tierras y agua”– resultó tan patética como la imagen en que une su mano con la del heredero del gobierno al que él le adjudicó la responsabilidad política de los asesinatos que más víctimas han generado en la última etapa del país: los falsos positivos.
Vaya milagros que hace la lavadora de culpas del poder. En cuestión de días, el ex aguerrido parlamentario que fustigó a los padres y sostenedores de la ‘cara oculta’ de la política de seguridad democrática, los validó otorgándoles nivel de interlocutores del único partido de oposición que quedaba, precisamente en el asunto más complicado de la agenda que ellos despreciaron: la de los derechos. No hay sorpresa alguna. Hace rato que Petro está dándole vueltas a sus contradicciones internas. No hay que observar mucho para ver la incomodidad que lo acosa cuando se sienta al lado de sus actuales copartidarios. En cambio, se le nota que está a sus anchas con, por ejemplo, los conservadores de la línea alvarista, tal como lo ha asegurado en varias entrevistas.
Sin ir tan lejos, su zigzagueo durante la campaña dio lugar a que más de uno le cerrara la puerta en la cara. Germán Vargas, que nunca ha ocultado sus inclinaciones de derecha típica, tuvo que aclarar, cuando todavía se buscaba la unión estratégica de los partidos que estaban por fuera de la coalición de gobierno, que en ningún caso haría alianzas con Petro. Éste tampoco pudo concretar su ‘matrimonio’ con el Partido Liberal, aunque mucho se sugirió. Antes y después del 30 de mayo, Petro le envió claras señales al Partido Verde. No se ha olvidado el comunicado de Mockus en que rechaza la invitación petrista. Y lo impensable: su frustrado periplo termina con el hijo putativo de Álvaro Uribe, denunciado por el ex candidato por usar los ‘criminales’ métodos de la parapolítica, la yidispolítica, el espionaje ilegal del DAS y de la Uiaf, el Programa de Agro Ingreso Seguro y las zonas francas para apuntalarse en la silla presidencial.
Su desatino no termina ahí. Gustavo Petro actuó como dictador frente al Polo, al que le fascina ignorar y, paradójicamente, con el único partido con el que no desea consensuar. En su casa no consulta, no concierta, no cede espacios, no concede razones ¿Se les parece a alguien? La estatura del gran congresista que Petro fue, se diluye y está a punto de desaparecer. Y arrastrará al Polo con él.
Vaya milagros que hace la lavadora de culpas del poder. En cuestión de días, el ex aguerrido parlamentario que fustigó a los padres y sostenedores de la ‘cara oculta’ de la política de seguridad democrática, los validó otorgándoles nivel de interlocutores del único partido de oposición que quedaba, precisamente en el asunto más complicado de la agenda que ellos despreciaron: la de los derechos. No hay sorpresa alguna. Hace rato que Petro está dándole vueltas a sus contradicciones internas. No hay que observar mucho para ver la incomodidad que lo acosa cuando se sienta al lado de sus actuales copartidarios. En cambio, se le nota que está a sus anchas con, por ejemplo, los conservadores de la línea alvarista, tal como lo ha asegurado en varias entrevistas.
Sin ir tan lejos, su zigzagueo durante la campaña dio lugar a que más de uno le cerrara la puerta en la cara. Germán Vargas, que nunca ha ocultado sus inclinaciones de derecha típica, tuvo que aclarar, cuando todavía se buscaba la unión estratégica de los partidos que estaban por fuera de la coalición de gobierno, que en ningún caso haría alianzas con Petro. Éste tampoco pudo concretar su ‘matrimonio’ con el Partido Liberal, aunque mucho se sugirió. Antes y después del 30 de mayo, Petro le envió claras señales al Partido Verde. No se ha olvidado el comunicado de Mockus en que rechaza la invitación petrista. Y lo impensable: su frustrado periplo termina con el hijo putativo de Álvaro Uribe, denunciado por el ex candidato por usar los ‘criminales’ métodos de la parapolítica, la yidispolítica, el espionaje ilegal del DAS y de la Uiaf, el Programa de Agro Ingreso Seguro y las zonas francas para apuntalarse en la silla presidencial.
Su desatino no termina ahí. Gustavo Petro actuó como dictador frente al Polo, al que le fascina ignorar y, paradójicamente, con el único partido con el que no desea consensuar. En su casa no consulta, no concierta, no cede espacios, no concede razones ¿Se les parece a alguien? La estatura del gran congresista que Petro fue, se diluye y está a punto de desaparecer. Y arrastrará al Polo con él.
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