Iván Márquez, vocero de las FARC en el proceso de paz, insistió en su
intervención que sin justicia social, la paz sería una "quimera". Advirtió que
"Una paz que no aborde la solución de los problemas políticos y sociales (...)
equivaldría a sembrar de quimeras el suelo de Colombia".
El siguiente es el texto completo de su
intervención:
Señoras y señores
Amigas y amigos de la paz de Colombia
Compatriotas
Hemos venido hasta este paralelo 60, hasta esta
ciudad de Oslo desde el trópico remoto, desde el Macondo de la injusticia, el
tercer país más desigual del mundo, con un sueño colectivo de paz, con un ramo
de olivo en nuestras manos.
Venimos a esta Noruega septentrional a buscar la
paz con justicia social para Colombia por medio del diálogo, donde el soberano,
que es el pueblo, tendrá que ser el protagonista principal. En él reposa la
fuerza irresistible de la paz. Ésta no depende de un acuerdo entre voceros de
las partes contendientes. Quien debe trazar la ruta de la solución política es
el pueblo y a él mismo le corresponderá establecer los mecanismos que han de
refrendar sus aspiraciones.
Tal emprendimiento estratégico no puede
concebirse como un proceso contra reloj. La pretendida paz exprés que algunos
promocionan, por su volátil subjetividad y por sus afanes, sólo conduciría a los
precipicios de la frustración. Una paz que no aborde la solución de los
problemas económicos, políticos y sociales generadores del conflicto, es una
veleidad y equivaldría a sembrar de quimeras el suelo de Colombia. Necesitamos
edificar la convivencia sobre bases pétreas, como los inamovibles fiordos
rocosos de estas tierras, para que la paz sea estable y duradera.
No somos los guerreristas que han querido pintar
algunos medios de comunicación, venimos a la mesa con propuestas y proyectos
para alcanzar la paz definitiva, una paz que implique una profunda
desmilitarización del Estado y reformas socioeconómicas radicales que funden la
democracia, la justicia y la libertad verdaderas. Venimos aquí con el acumulado
de una lucha histórica por la paz, a buscar, codo a codo con nuestro pueblo, la
victoria de la solución política sobre la guerra civil que destroza a Colombia.
No obstante, nuestra determinación tiene la fortaleza para enfrentar a los
guerreristas que creen que con el estruendo de las bombas y de los cañones
pueden doblegar la voluntad de quienes mantenemos en alto las banderas del
cambio y la justicia social.
No se puede encadenar este proceso a una política
enfocada exclusivamente en la obtención desaforada de ganancias para unos pocos
capitalistas a los que no les importa para nada la pobreza que abate al 70% de
la población. Ellos sólo piensan en el incremento de su botín, no en la
reducción de la miseria. Más de 30 millones de colombianos viven en la pobreza,
12 millones en la indigencia, el 50% de la población económicamente activa,
agoniza entre el desempleo y el subempleo, casi 6 millones de campesinos
deambulan por las calles víctimas del desplazamiento forzoso. De 114 millones de
hectáreas que tiene el país, 38 están asignadas a la exploración petrolera, 11
millones a la minería, de las 750 mil hectáreas en explotación forestal se
proyecta pasar a 12 millones. La ganadería extensiva ocupa 39.2 millones. El
área cultivable es de 21.5 millones de hectáreas, pero solamente 4.7 millones de
ellas están dedicadas a la agricultura, guarismo en decadencia porque ya el país
importa 10 millones de toneladas de alimentos al año. Más de la mitad del
territorio colombiano está en función de los intereses de una economía de
enclave.
En nuestra visión, colocar sobre la mesa el
asunto del desarrollo agrario integral como primer punto del acuerdo general
remite a asumir el análisis de uno de los aspectos centrales del conflicto. El
problema de la tierra es causa histórica de la confrontación de clases en
Colombia. En palabras del comandante Alfonso Cano “las FARC nacimos resistiendo
a la violencia oligárquica que utiliza sistemáticamente el crimen político para
liquidar a la oposición democrática y revolucionaria; también como respuesta
campesina y popular a la agresión latifundista y terrateniente que inundó de
sangre los campos colombianos usurpando tierras de campesinos y colonos…”
Aquello que fue causa esencial del alzamiento
armado y de una heroica resistencia campesina, a lo largo del tiempo se ha
agudizado. La geofagia de los latifundistas acentuó la desequilibrada e injusta
estructura de la tenencia de la tierra. El coeficiente GINI en el campo alcanza
el 0,89. ¡Espantosa desigualdad! Los mismos datos oficiales dan cuenta de que
las fincas de más de 500 hectáreas corresponden al 0.4% de los propietarios que
controlan el 61.2% de la superficie agrícola. Se trata de una acumulación por
desposesión, cuya más reciente referencia habla de 8 millones de hectáreas
arrebatadas a sangre y fuego a través de masacres paramilitares, fosas comunes,
desapariciones y desplazamiento forzoso, crímenes de lesa humanidad, acentuados
durante los 8 años de gobierno de Uribe, todos ellos componentes del terrorismo
de Estado en Colombia.
Para las FARC, Ejército del Pueblo, el concepto
TIERRA está indisolublemente ligado al territorio; son un todo indivisible que
va más allá del aspecto meramente agrario y que toca intereses estratégicos,
vitales, de toda la nación. Por eso la lucha por el territorio está en el centro
de las luchas que se libran hoy en Colombia. Hablar de tierra significa para
nosotros hablar del territorio como una categoría que además del subsuelo y el
sobresuelo entraña relaciones socio- históricas de nuestras comunidades que
llevan inmerso el sentimiento de patria, que concibe la tierra como abrigo, y el
sentido del buen vivir. Al respecto debiéramos interiorizar la profunda
definición del Libertador Simón Bolívar sobre qué es la patria, nuestro suelo,
nuestro territorio: “Primero el suelo nativo que nada -nos dice-, él ha formado
con sus elementos nuestro ser; nuestra vida no es otra cosa que la esencia de
nuestro propio país; allí se encuentran los testigos de nuestro nacimiento, los
creadores de nuestra existencia y los que nos han dado alma por la educación;
los sepulcros de nuestros padres yacen allí y nos reclaman seguridad y reposo;
todo nos recuerda un deber, todo nos excita sentimientos tiernos y memorias
deliciosas; allí fue el teatro de nuestra inocencia, de nuestros primeros
amores, de nuestras primeras sensaciones y de cuanto nos ha formado. ¿Qué
títulos más sagrados al amor y a la consagración”?
Partimos de esta visión para alertar a Colombia
toda: la titulación de tierras, tal como la ha diseñado el actual gobierno, es
una trampa; encarna una suerte de despojo legal a través del cual se busca que
el campesino, una vez con el título de propiedad en sus manos, no tenga otra
salida que la de vender o arrendar a las trasnacionales y conglomerados
financieros, a los que sólo les interesa el saqueo exacerbado de los recursos
minero-energéticos que están debajo del suelo. Dentro de su estrategia está la
utilización del suelo para extender las explotaciones forestales y las inmensas
plantaciones, no para resolver el grave problema alimentario que padece nuestro
pueblo, sino para producir agro-combustibles que alimentarán automóviles. En el
mejor de los casos, la gente del campo quedará con una renta miserable, pero
alejada del terruño y confinada en los cinturones de miseria de las grandes
ciudades. Al cabo de 20 o 30 años de contrato nadie se acordará del verdadero
dueño de la tierra. Lo aseguramos sin vacilación: la bancarización de la tierra
derivada de la titulación, acabará “tumbándole” la tierra al campesino. Nos
están empujando a la extranjerización de la tierra y al desastre ambiental
dinamizado brutalmente por la explotación minero-energética y forestal.La
naturaleza como fuente de información genética no puede ser convertida en botín
de las trasnacionales. Nos oponemos a la invasión de las semillas transgénicas y
a la privatización y destrucción de nuestra biodiversidad y a la pretensión de
hacer de nuestros campesinos pieza del engranaje de los agro-negocios y sus
cadenas agroindustriales. Están en juego la soberanía y la vida misma.
En estos términos, la titulación no es más que la
legalidad que pretende lavar el rostro ensangrentado del despojo que durante
décadas ha venido ejecutando el terrorismo de Estado. Para una trasnacional es
más presentable decir “tengo un título minero” a que se le sindique de haber
financiado grupos paramilitares y desterrado a una población para hacer viable
su proyecto extractivo. Dentro de esta dinámica en Colombia el régimen asesina
no sólo con sus planes de guerra, con sus paramilitares y sicarios, sino también
con sus políticas económicas que matan de hambre. Hoy hemos venido a
desenmascarar a ese asesino metafísico que es el mercado, a denunciar la
criminalidad del capital financiero, a sentar al neoliberalismo en el banquillo
de los acusados, como verdugo de pueblos y fabricante de muerte.
No nos engañemos: la política agraria del régimen
es retardataria y engañosa. La verdad pura y limpia, como dice el Libertador
Simón Bolívar, es el mejor modo de persuadir. La mentira sólo conduce a la
agudización del conflicto. El fin último de tales políticas, en detrimento de la
soberanía y del bienestar común, es dar seguridad jurídica a los inversionistas,
liberalizar el mercado de tierras y lanzar el territorio al campo de la
especulación financiera y mercados de futuro. Independientemente de que exista o
no la insurgencia armada, ésta política multiplicará los conflictos y la
violencia.
Acumulación por desposesión y nueva espacialidad
capitalista, eh ahí la fórmula del proyecto político-económico de las élites
neoliberales haciendo chorrear sangre a la patria de la cabeza a los pies.
Es a esto a lo que nos resistimos. Las FARC no se
oponen a una verdadera restitución y titulación de tierras. Por años hemos
luchado, como pueblo en armas, por una reforma agraria eficaz y transparente, y
es precisamente por ello que no se puede permitir que se implemente el despojo
legal que el gobierno proyecta con su ley de tierras. Por medio de la violencia
del Plan Colombia y el proyecto paramilitar, se preparó el territorio para el
asalto de las trasnacionales. La ley general agraria y de desarrollo rural, es
esencialmente un proyecto de reordenamiento territorial concebido para abrirle
campo a la economía extractiva en contra de la economía campesina, en desmedro
de la soberanía alimentaria y del mercado interno, al superponer el mapa
minero-energético sobre el espacio agrícola. Ni siquiera se tiene en cuenta la
promoción de una agroecología que permita una interacción amigable con la
naturaleza.
Por otro lado, la restitución de tierras tiene
que aludir a las tierras que les arrebataron violentamente a los campesinos,
indígenas y afro descendientes, y no a baldíos distantes de sus sitios raizales
de existencia, también codiciados hoy por las multinacionales. Pero resulta que
este es un problema que tiene que ver con todo el pueblo colombiano y que de
hecho está salpicando de conflictos todo el territorio. Hay una profunda
inconformidad del país nacional con el hampa financiera que se está apropiando
de la Orinoquía. Ahora han aparecido unos tales “nuevos llaneros” que de
llaneros no tienen nada, como los magnates Sarmiento Angulo y Julio Mario
Santodomingo (hijo), los terratenientes Eder del Valle del Cauca, el señor
Efromovich, el ex vicepresidente Francisco Santos (gestor del paramilitar Bloque
Capital), los hijos de Uribe Vélez, entre otros filibusteros, que ningún derecho
tienen sobre esas tierras y que sólo quieren clavar sus garras en el petróleo,
el oro, el coltán, el litio, explotar grandes proyectos agroindustriales y la
biodiversidad de la altillanura. Abordar el asunto agrario es discutir con el
país sobre estos problemas. Que hablen los verdaderos llaneros, esos de piel
tostada por el sol de los bancos de sabana; esos que por siglos han convivido en
armonía con los morichales y el vuelo de las garzas y de los alcaravanes; esos
de pies descalzos que con su histórica bravura empuñaron las lanzas para darnos
la libertad.
El pueblo tiene la palabra: Ahí está la
patriótica resistencia de los trabajadores petroleros contra la canadiense
Pacific-Rubiales en Puerto Gaitán, cuyo escenario de saqueo fue preparado con
sangre por los paramilitares de Víctor Carranza. Diariamente el vampiro
trasnacional se lleva más de 250 mil barriles de petróleo, mientras le succiona
la sangre a más de 12 mil 500 trabajadores tercerizados que como esclavos tienen
que trabajar 16 horas diarias por 21 días continuos por una semana de descanso.
Su situación laboral es más atroz que la impuesta por los enclaves bananeros de
los años 20.
Ahí está la resistencia de los pobladores del
Quimbo, donde el gobierno pretende sacar a patadas a la gente que ha vivido allá
más de un siglo, destruyendo así sus trayectorias culturales, de vida, y su
entorno ambiental. ¿Vamos a dejar acaso que se hiera de muerte al río de la
patria que es el Río Grande de la Magdalena, sólo para construir una represa que
generará energía para la exportación y no para resolver la demanda interna de
millones de colombianos que no tienen acceso a la energía eléctrica? Para el
gobierno están primero las ganancias de la trasnacional EMGESA que la suerte de
las familias que quedarán desarraigadas.
Ahí está la resistencia de los pobladores de
Marmato (Caldas), gente humilde que siempre ha vivido de la explotación
artesanal aurífera y que ahora la trasnacional MEDORO RESOURCES quiere borrar
del mapa para convertir esa aldea en la mina de oro a cielo abierto más grande
del continente. Recordemos aquí, que hasta la iglesia colombiana ha acompañado
esa justa lucha en la que el " target="_blank">sacerdote José Idárraga, líder
del Comité Cívico Pro defensa de Marmato, fue acribillado por los esbirros de
las trasnacionales.
Ahí está la formidable resistencia indígena y
campesina en el Cauca en defensa de su territorio y de sus culturas ancestrales,
y la de sus hermanos afrocolombianos, guardianes patrióticos de la soberanía del
pueblo sobre el Pacífico y nuestras selvas.
Insisten las castas dominantes en destrozar el
páramo de Santurbán, riqueza de biodiversidad y de aguas que sacian la sed de
ciudades importantes como Bucaramanga y Cúcuta. Por la codicia del oro pretenden
destruir la alta montaña y la pureza de las aguas del río Suratá. La dignidad de
los hijos de José Antonio Galán, el comunero, ha movilizado la resistencia,
unificando incluso al pueblo llano con el empresariado local, que ha comenzado a
entender, que esta es una lucha de toda Colombia.
¿Cómo vamos a permitir que por complacer la
voracidad por el oro de la ANGLO GOLD ASHANTI se le entregue a esta
multinacional el 5% de nuestro territorio? El proyecto extractivo de esa empresa
en La Colosa (Cajamarca) dejará una gran devastación ecológica y privará de agua
a 4 millones de colombianos que dependen de sus fuentes hídricas.
La locomotora minera es como un demonio de
destrucción socio-ambiental que si el pueblo no la detiene, en menos de una
década convertirá a Colombia en un país inviable. Frenemos ya las locomotoras
físicas del Cerrejón y de la Drummond que durante las 24 horas del día saquean
nuestro carbón, asperjan polución al paso de sus interminables vagones,
dejándonos, como dice el cantautor vallenato, Hernando Marín, sólo socavón y
miseria. Frenemos a la BHP BILLITON, a XSTRATA y la ANGLO AMERICAN, que para
extraer 600 millones de toneladas de carbón que yacen bajo el lecho del río
Ranchería, pretenden desviar su curso, lo que disminuirá el caudal de sus aguas
en un 40% generando devastación ambiental y destrucción irreparable al tejido
social de los pueblos Wayúu.
Qué asustadizo se ve al gobierno para defender la
soberanía frente a la trasnacional BHP BILLITON que saquea en descarada actitud
de lesa patria el ferroníquel de Cerro Matoso (Córdoba), y a la que sigue
colmando de gabelas en detrimento de la soberanía, el bienestar social y el
medio ambiente.
Hay que poner fin a esa monstruosidad que son los
contratos a 20 y 30 años que privilegian los derechos del capital en menoscabo
del interés común.
Y claro, se escuchan a los portavoces del
gobierno y la oligarquía proclamando el crecimiento de la economía nacional y
sus exportaciones. Pero no, en Colombia no hay economía nacional. Quienes
exportan el petróleo, el carbón, el ferroníquel, el oro y se benefician con
ello, son las multinacionales. La prosperidad, entonces es de éstas y de los
gobernantes vendidos, no del país.
Este no es un espacio para resolver los problemas
particulares de los guerrilleros, sino los problemas del conjunto de la
sociedad; y dado que uno de los factores que más impacta negativamente a la
población es la subscripción de los Tratados de Libre Comercio, éste es un tema
que tendrá que abordarse indefectiblemente. Pobre Colombia obligada a competir
con las trasnacionales con una infraestructura arruinada por la corrupción y la
desidia.
Entonces la paz… sí. Sinceramente queremos la paz
y nos identificamos con el clamor mayoritario de la nación por encontrarle una
salida dialogada al conflicto abriendo espacios para la plena participación
ciudadana en los debates y decisiones.
Pero la paz no significa el silencio de los
fusiles, sino que abarca la transformación de la estructura del Estado y el
cambio de las formas políticas, económicas y militares. Sí, la paz no es la
simple desmovilización. Decía el comandante Alfonso Cano: “Desmovilizarse es
sinónimo de inercia, es entrega cobarde, es rendición y traición a la causa
popular y al ideario revolucionario que cultivamos y luchamos por las
transformaciones sociales, es una indignidad que lleva implícito un mensaje de
desesperanza al pueblo que confía en nuestro compromiso y propuesta
bolivariana”. Necesariamente tendremos que abocar las causas generadoras del
conflicto y sanear primero el cangro de la institucionalidad. Claro, desde el
punto de vista estrictamente económico, para una trasnacional es más fácil
saquear los recursos naturales del país sin la resistencia popular y
guerrillera. Apoyados en ejercicios sencillos de matemática, podemos afirmar que
la guerra es insostenible para el Estado, por las siguientes
consideraciones:
El gasto militar en Colombia es de los más altos
del mundo en proporción a su Producto Interno Bruto. Este alcanza el 6.4% cuando
hace 20 años estaba por el orden del 2.4%; es decir, se ha triplicado, y eso es
relevante. El gasto militar actualmente oscila entre 23 y 27 billones de pesos
al año, descontando que Colombia es el tercer receptor de “ayuda” militar
estadounidense en el mundo y que por cuenta del Plan Colombia recibe una
financiación equivalente a 700 millones de dólares al año.
En Colombia hay un régimen jurídico que se
acompaña con la protección militar de las inversiones. De unos 330.000 efectivos
de las Fuerzas Militares, 90 mil soldados son utilizados para cuidar la
infraestructura y las ganancias de las multinacionales. El enorme gasto que esto
representa, aunado al costo de la tecnología empleada, pone en evidencia los
límites de la sostenibilidad de la guerra. Nosotros hacemos un llamado sincero a
los soldados de Colombia, a los oficiales y sub oficiales, a los altos mandos
que aun sientan en su pecho el latir de la patria, a recobrar el decoro y la
herencia del ideario bolivariano, que reclama a los militares emplear su espada
en defensa de la soberanía y las garantías sociales. Qué bueno sería
protagonizar el surgimiento de unas nuevas Fuerzas Armadas. No más sumisión a
Washington, no más subordinación al Comando Sur y no más complacencia con la
expansión de bases militares extranjeras en nuestro territorio.
Esa es la hoguera que arde en nuestro corazón;
por eso no pueden ser más que un agravio los llamados instrumentos jurídicos de
justicia transicional que apuntan a convertir a las víctimas en victimarios. Que
se tenga presente, que el alzamiento armado contra la opresión es un derecho
universal que asiste a todos los pueblos del mundo, que ha sido consagrado en el
preámbulo de la declaración de los derechos humanos aprobada por la ONU en 1948,
y que además es un derecho consignado en muchas constituciones de las naciones
del mundo. No somos causa sino respuesta a la violencia del Estado, que es quien
debe someterse a un marco jurídico para que responda por sus atrocidades y
crímenes de lesa humanidad como los 300 mil muertos de la denominada época de la
violencia en los años 50, que responda por los 5 mil militantes y dirigentes de
la Unión Patriótica asesinados, por el paramilitarismo como estrategia
contrainsurgente del Estado, por el desplazamiento de cerca de 6 millones de
campesinos, por los más de 50 mil casos de desaparición forzada, por las
masacres y los falsos positivos, por las torturas, por los abusos de poder que
significan las detenciones masivas, por la dramática crisis social y
humanitaria; en síntesis que responda por el terrorismo de Estado. Quien debe
confesar la verdad y reparar a las víctimas son sus victimarios atrincherados en
la espuria institucionalidad.
Somos una fuerza beligerante, una organización
política revolucionaria con un proyecto de país esbozado en la Plataforma
Bolivariana por la Nueva Colombia, y nos anima la convicción de que nuestro
puerto es la paz, pero no la paz de los vencidos, sino la paz con justicia
social.
La insurgencia armada motivada en una lucha justa
no podrá ser derrotada con bombarderos ni tecnologías, ni planes por muy sonoros
y variados que sean sus denominaciones. La guerra de guerrillas móviles es una
táctica invencible. Se equivocan aquellos que embriagados de triunfalismo hablan
del fin del fin de la guerrilla, de puntos de inflexión y de derrotas
estratégicas, y confunden nuestra disposición al diálogo por la paz con una
inexistente manifestación de debilidad. Nos han golpeado y hemos golpeado, sí.
Pero con el romancero español podemos decir: “por fortuna os vanagloriáis porque
vuestras armas están bruñidas; en cambio mirad las mías, qué amelladas están,
porque hieren y han sido heridas”. Así son los avatares de la guerra. El Plan
Patriota del Comando Sur de los Estados Unidos ha sido derrotado y la
confrontación bélica se extiende hoy con intensidad por todo el territorio
nacional. No obstante en nosotros palpita un sentimiento de paz fundado en el
convencimiento de que la victoria siempre estará en manos de la voluntad y la
movilización de nuestro pueblo. “Este es un mensaje de decisión, decía hace poco
Alfonso Cano: aquí en las FARC nadie está amilanado, ¡estamos absolutamente
llenos de moral, de moral de combate!”.
Presidente Santos, fundemos la paz tomando como
base los anhelos de la nación.
Convocamos a todos los sectores sociales del
país, al Ejército de Liberación Nacional, ELN, a los Directorios de los partidos
políticos, a Colombianas y Colombianos por la Paz, organización que liderada por
Piedad Córdoba trabajó denodadamente por abrir esta senda, a la Conferencia
Episcopal y a las iglesias, a la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE), a la
Coordinadora de Movimientos Sociales de Colombia (COMOSOCOL), a los promotores
del Encuentro por la Paz de Barranca, a los indígenas, a los afro-descendientes,
a los campesinos, a las organizaciones de desplazados, a la ACVC, a la
Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (ANZORC), a las centrales
obreras, a las mujeres, al movimiento juvenil colombiano, a la población LGTBI,
a los académicos, a los artistas y cultores, a los comunicadores alternativos,
al pueblo en general, a los migrados y exiliados, a la Marcha Patriótica, al
Polo Democrático, al Congreso de los Pueblos, al Partido Comunista, al MOIR, a
la Minga Indígena, a los amantes de la paz en el mundo, para que llenen de
esperanza este intento de solución diplomática del conflicto.
Simón Trinidad ya manifestó desde la cárcel
imperial de Florence (Colorado), donde está condenado injustamente a 60 años de
presidio, su total disposición para participar en los diálogos por la paz de
Colombia. En un acto de sensatez la Fiscalía colombiana ha dicho que él tiene
todo el derecho a hacer parte de la delegación de las FARC en la mesa de
conversaciones y el Consejo Superior de la Judicatura ofreció la tecnología y la
logística para que eso sea posible. El gobierno de los Estados Unidos haría un
gran aporte a la reconciliación de la familia colombiana, facilitando la
participación de Simón, de cuerpo presente en esta mesa.
Finalmente queremos expresar nuestra eterna
gratitud a los gobiernos y pueblos de Noruega, Cuba, Venezuela y Chile, que
desplegaron sus esfuerzos mancomunados desde Escandinavia, desde el Caribe,
desde la cuna de Simón Bolívar y desde el indómito Arauco de Neruda y Allende,
para que el mundo pueda contemplar el prodigio de la nueva aurora boreal de la
paz. También resaltamos la contribución del CICR como garante del traslado de
voceros de las FARC desde agrestes regiones colombianas bajo el fuego.
Rendimos homenaje a nuestros caídos, a nuestros
prisioneros de guerra, a nuestros lisiados, a la abnegación de las Milicias
Bolivarianas, al Partido Comunista Clandestino y al Movimiento Bolivariano por
la Nueva Colombia, y junto a ellos al pueblo fiel que nutre y acompaña nuestra
lucha.
Sin aún comenzar la discusión, no coloquemos como
espada de Damocles, a pender amenazas sobre la existencia de esta mesa.
Sometamos las razones de cada una de las partes contendientes al veredicto de la
nación, a la veeduría ciudadana. No permitamos que los manipuladores de opinión,
desvíen el rumbo de esta causa necesaria que es la reconciliación y la paz de
los colombianos en condiciones de justicia y dignidad. La gran prensa no puede
seguir actuando como juez inicuo frente al conflicto, porque como decía Cicerón,
“un juez inicuo es peor que un verdugo”. De los esfuerzos de todos y de la
solidaridad del mundo, depende el destino de Colombia. Que la oración por la paz
de Jorge Eliécer Gaitán ilumine nuestro camino:“Bienaventurados los que
entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar
sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno
ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres del pueblo,
porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la
historia!”.
Damos la bienvenida a este nuevo emprendimiento
por la paz con justicia social. Todos, por la solución incruenta del conflicto
colombiano.
¡Viva Colombia/ Viva Manuel Marulanda Vélez/ Viva
la paz!
Secretariado del Estado Mayor Central de las
FARC-EP
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