viernes, 11 de enero de 2008

DE SECUESTRADOS Y DE DESAPARECIDOS


DE SECUESTRADOS Y DE DESAPARECIDOS.


Este artículo –aclaración necesaria-, con el respeto y la solidaridad por todos los secuestrados. No son ellos -¡cómo podrían serlo!- el objeto de la censura y la descalificación que aquí se hace. Estas van dirigidas sin ambages ni equívocos a ese “país nacional” que dirigido –manipulado- por los grandes medios de comunicación y los centros del poder se pronuncian y movilizan en contra del secuestro y a favor de los secuestrados. Y lo peor, lo hacen desde luego reivindicando principios y valores, los más caros al género: Humanidad y Humanitarismo. Sí. Eso enarbolan, y ante ello nadie de este género podría menos que inclinarse reverente frente a quien así se manifiesta. Sin embargo, sin embargo…


Lo que paso a afirmar tal vez sea el paradigma de los “políticamente incorrecto” dentro de la corrección convencional funcional al poder: esas grandes movilizaciones contra el secuestro y contra los secuestradores con tanto empeño promovidas por la gran prensa, la gran radio y la gran televisión sin reparar en costos ni en el tiempo y el espacio que demanden, son esencialmente perversas. Esta palabra con todas sus letras. No hay humanidad ni humanitarismo en ellas. Tampoco cristiana compasión con la víctima, ni repudio moral de esa conducta. Ni principios espirituales ni filosóficos, que de todo ello se echa mano. Tampoco ese arraigado valor que nos impulsa a solidarizarnos con el desconocido hermano que sufre.


¿Qué es lo que hay entonces en esas promocionadas y patrocinadas manifestaciones contra el secuestro?


En el mejor de los casos, cuando son más inocentes los protagonistas, sólo hay sensiblería, sentimentalismo vulgar. Calidad distinta a la de tener sentimientos, deformación de éstos con la cual se suele confundir. Eso sí, hábilmente manejados para que la gente termine expresándose según las intensiones del convocante, con la ventaja de que el así instrumentalizado sanea los reclamos de su conciencia: se siente bueno, persona de nobles sentimientos.


Y en el peor de los casos, lo que hay en el activismo antisecuestro, es politiquería. Pero no cualquiera. De la peor. ¿Por qué? Porque es aprovechar el drama de unos, el dolor de unas familias y el referido impulso a la solidaridad latente en el alma humana, para una causa ajena como la que más a un remoto asomo de filantropía: esa causa, puro y sofisticado diseño de estrategia política, es el apoyo a un régimen político de cuyo ideario por definición, lo primero que está excluido son valores como la compasión, la dignidad del otro, los derechos humanos del opositor y la solidaridad con quienes queden aplastados en el feroz proceso de implementación de ese sistema. Y ese apoyo, correlativo con el ataque y descalificación de tajo del contradictor –armado o no-, a quien lo que más se le reprocha es eso: ser opositor al modelo económico que sustenta ese régimen. No que secuestre gente.

¿O es que acaso el capitalismo salvaje, sistema vigente en Colombia como país satélite de la potencia que lo diseñó e impuso en aras de su exclusivo interés nacional, no se hizo aquí y en todas partes –con matices e intensidad diferente es cierto- mediante ríos de sangre, dictaduras genocidas, exterminio de poblaciones nativas, desplazamiento forzado de millones, eliminación masiva de los opositores y centros de tortura de donde salían -y se oían- los gritos de los que morían en el suplicio? ¿Y los “humanistas” y los “humanitarios” de hoy sí se pronunciaban y se movilizaban contra las atrocidades? ¿O sería que entonces y hoy no había ni hay los centros de poder del Establecimiento que los convoque y sensibilice?


Pero en la circunstancia concreta del secuestro y el “repudio general” contra él, aún no he dicho la razón que la da validez y justeza la afirmada perversidad de esa solidaridad.


En Colombia pervive silenciosa –clandestinamente- el crimen universalmente considerado más atroz: la desaparición forzada. Bien llamado el crimen de crímenes porque los contiene todos. Entre seis mil y ocho mil colombianos secuestrados desaparecidos casi todos por razones políticas y casi todos por cuenta del Estado, desde hace treinta años cuando los ejércitos de América Latina formados en una misma escuela y una misma ideología -¿alguien ha oído hablar de la Escuela de las Américas y de la Doctrina de la Seguridad Nacional?- patentaron el macabro método de represión de sus compatriotas opositores.


Y las piadosas campañas contra el secuestro y los secuestradores y a favor de los secuestrados, son manejadas con un guante de hierro –recordemos a Shumpeter- para reducirlas de la más impiadosa manera: que la solidaridad, la compasión, la fraternidad del género humano, el cese del sufrimiento y la libertad para los cautivos, nunca, pero nunca, beneficie a los secuestrados detenidos desaparecidos. Ellos son otra cosa. Esos secuestrados no encajan en tanto humanismo, como no encaja el delito de la Desaparición Forzada

en la repulsión que se hace del delito de Secuestro. El repudiable es el puro y simple. No el acompañado de desaparición. En fin de cuentas razonan, era opositores al régimen vigente; o lo parecían, o se sospechaba; o en últimas, eran familiares de un sospechoso de ello.

Por último, un caso emblemático de la atrocidad de la desaparición de personas y de la hipocresía de las movilizaciones contra las FARC con la coartada de que ellas secuestran gente. Hace aproximadamente veinticinco años agentes del DAS -¿sabían que es la policía secreta del Estado bajo el mando directo del Presidente?- secuestró desapareció por razones políticas a Patricia Rivera y a sus dos pequeñas hijas Eliana y Catherine Rivera. Y a un anciano vecino que casualmente se encontraba con ellas en ese momento. Hasta el día de hoy. Sus fotos, las de las niñas especialmente, hace ese tiempo se ven en las marchas de denuncia y exigencia al Estado de que devuelva a los desaparecidos.


Pero los humanitaristas de hoy no quieren saber nada de esas niñas. Menos denunciar a sus secuestradores. Estos son malos –perversos-, si son las FARC. Si no, pues alguna razón des ha de caber, algún pecado tendrán las víctimas.

Si las FARC fueran más hábiles políticamente, podrían desarmar –mejor, desenmascarar- al Estado, a los medios de prensa y a los miles que éstos movilizan, con una audaz propuesta irreprochable ética y políticamente: devolver todos, absolutamente todos los retenidos, secuestrados y prisioneros de guerra en su poder, a cambio de nada. Pero el Estado a su vez, de los seis u ocho mil desaparecidos que tiene, devuelve –no a la guerrilla sino al seno de su familia- a Eliana y Catherine Rivera de cinco y siete años de edad al momento del “plagio”.

Esta propuesta tal vez quite más de una máscara, y a algún manifestante honrado antisecuestro lo haga caer en cuenta y hacerse la pregunta de rigor: ¿Por qué los secuestrados no importan cuando son opositores? ¿Por qué a ésos no hay que devolver?
Luis Carlos Domínguez Prada.
Diciembre de 2007.

No hay comentarios: