Una de las miles de víctimas del Premio Nobel de Paz, Barak Obama, en Afganistán. Foto Internet. |
Llamamos a los Premios Nobel latinoamericanos Adolfo Pérez Esquivel y Rigoberta Menchú, dignos depositarios de ese honor como que su tradición y ejecutorias honran el ideal por el cual se concede, para que se hagan eco de esta campaña y reivindiquen el hondo sentido de humanidad que tiene portar en el pecho esa presea.
Por: Luz Marina López Espinosa
Que en algunas ocasiones en razón de la coyuntura o del juego de transacciones y conveniencias que median la geopolítica mundial, el premio Nobel de la Paz haya recaído en personas que generan más dudas que certezas sobre las virtudes que las orlan para tal reconocimiento, es algo que el mundo ha visto e impotente ha debido registrar.
Ante lo abrumador de la distinción, el pudor de las personas en tales condiciones enaltecidas las ha llevado un mantener una actitud y discurso público afín y proclive a los grandes ideales de la humanidad que ellas ahora se supone encarnan. La paz fundamentalmente, no en balde el premio recibido es el Nobel de la Paz. ¿Podría concebirse que fuera de otra manera?
Pero para lo que sí no estábamos preparados, lo que la humanidad seguramente no pueda conceder, y utilizo la dubitación para no aparecer pretendiendo que mi voz es la de ella, es que el honrado pase a continuación a ejercer el más perverso acto que las sociedades han ejercido en su largo transcurrir: el de la guerra. El que más desolación y llanto, más muerte y miseria, más pena y destrucción genera.
Y es lo que ha pasado con el actual presiente de los Estados Unidos Barak Obama, a quien algún cálculo de esos que mencionábamos, lo hizo acreedor a un honor que seguro no sólo a nosotros sorprendió. Tal vez a él también. Cálculo que de pronto no fue nefando, sino que visionarios los señores de la organización Noruega que lo concede, conscientes de las enormes presiones que obraban sobre el Presidente por parte de los grandes y como ningunos sórdidos intereses del complejo industrial militar norteamericano, del sistema financiero mundial y de las multinacionales petroleras, le concedieran el premio a la manera de una cautela, sutil atadura que lo inhibiera para desatar una nueva guerra. La que quizás, justamente preocupados los señores de la organización veían venir desde cuando el presidente de Libia –país soberano, pacífico y miembro de las Naciones Unidas hay que recordarlo-, decidió liderar la creación de un sistema financiero africano propio, independiente del dólar y del euro, no sometido al Banco Mundial ni al Fondo Monetario Internacional, sistema y moneda aquél con base en el cual se gobernarían las billonarias sumas de la producción e ingentes reservas petroleras de los países africanos. Es decir, las presiones de guerra que obraban sobre el presidente Obama, no tenían otra razón que la decisión del presidente de Libia de que tales riquezas fueran para sus pueblos, para sus dueños.
Pues bien, mejor dicho, pues mal, fue mayor la fuerza de los señalados poderes que el freno moral que pretendió imponerle la concesión del Premio Nobel al presidente Barak Obama. Y el nuevo benefactor de la humanidad desató otra guerra. Sin justicia desde luego, sin razón y sin necesidad. A despecho de palabras que agreden la noción de lo Justo que como reserva salvífica pervive en el corazón de la humanidad, palabras esas que hablan de la defensa de los derechos humanos del pueblo Libio y de asegurar la paz mundial. Los pueblos del mundo sabemos que esa impostura traduce es dólar, euros y petróleo.
Por eso, este llamado mundial que ha de derivar en una campaña igual para demandar del presidente de los Estados Unidos Barak Obama la devolución del galardón que le fue concedido, ante la inaceptable incompatibilidad que comporta ostentar esa dignidad y mantener e iniciar guerras injustas contra los pueblos del mundo. Y si esa voluntaria declinación no ocurriere, para demandar de la organización Noruega que concede el Premio Nobel de la Paz despojar de él al personaje cuyas ejecutorias lo hacen incurso en causal de indignidad. No se puede dar el lujo la benemérita institución, de que la filantrópica intención de Alfred Nobel de la que ella es garante, termine enalteciendo lo contrario: la prosecución de guerras impías como la de Irak y Afganistán, y el inicio de nuevas como la de Libia.
Llamamos a los Premios Nobel latinoamericanos Adolfo Pérez Esquivel y Rigoberta Menchú, dignos depositarios de ese honor como que su tradición y ejecutorias honran el ideal por el cual se concede, para que se hagan eco de esta campaña y reivindiquen el hondo sentido de humanidad que tiene portar en el pecho esa presea.
¡BARAK OBAMA ES INDIGNO DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ POR BAÑAR LA TIERRA DE SANGRE INOCENTE. LOS PUEBLOS DEL MUNDO EXIGIMOS LA DEVOLUCIÓN DE ESA DISTINCIÓN, Y EN CASO CONTRARIO, QUE LE SEA REVOCADA POR QUIENES LA CONCEDIERON!
Bogotá, Colombia, Agosto 4º de 2011
LMLE/PacoCol
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