Por Luz Marina López Espinosa
Nombre que ennobleció una letra, la más ruda de la lengua castellana, con la
que alguien diría, no podría hacerse un poema. Y es que tiene algo macizo en su
fonética que como que no la deja ir bien con lirismos y sutilezas. Sin
embargo,…”Si el poeta eres tu… qué puedo yo cantarte comandante” lo
advirtió Silvio. Y el hombre era eso y más cuando enseñó lo que nadie antes
había hecho expreso, que la revolución era ante todo amor, un acto de amor.
Y poeta y todo, fue tanta la fortaleza de ese
hombre –el más perfecto del siglo XX dijo J.P. Sartre- que no hay que recabar
sobre el acero que templó esa alma y el diamante que acorazó su cuerpo en algún
sentido débil, al punto de aterrorizar al verdugo: “Parece que está rezado,
no le entran las balas”. Pero que nadie se llame a engaño porque esa
rudeza, la misma de la ch que te nomina, era ante todo y por sobre todo –no
tuviste reparo en reclamarlo- expresión acabada de la más noble fragilidad
humana: la de sentir la suerte del otro hasta hacerla propia, dando cauce
libertario a las células de su cuerpo indignadas por la injusticia que se
comete contra ese otro al que no se reconoce tal, porque soy yo mismo. Un acto
de amor en realidad.
El hombre universal 
Por eso el Che se despojó de los alamares de
diplomático, de ministro de estado y de gerente del banco de su patria, para
emprender el camino de la guerra en la áspera selva boliviana, dura no por culpa
de ella que qué la van a ser arboledas y cañadas, sino por el ocupante que
hollaba sus veredas y humillaba a sus taciturnos moradores con la boca del cañón
codiciosa tras algún gesto levantisco. Condotiero sí lo reconoció, pero de una
manera especial, porque su paga era la libertad del hermano, bella paga; y el
suelo extraño donde combatía, África, Cuba o Bolivia, no lo era más que su pampa
argentina.
Tenía bien fundamentado su destino, porque el
Che era todo menos un aventurero. Las “aventuras” que emprendió nacieron de su
observación y análisis de la realidad, cuya decisión de transformarla requirió
de lecturas muchas, poesía, política y sociología amén de su arte primero que
fue la medicina, aunque se envaneció de haberla sacrificado por el oficio de
soldado. Al mismo tiempo y en sus palabras, pulió la voluntad con
delectación de artista. Marxista consumado, es decir filósofo, tuvo espacio
para dejarnos textos de economía política y filosofía, así como observaciones
sobre la situación del indio boliviano, el obrero peruano, los estudiantes
colombianos.
El Hombre Nuevo
Entonces Ernesto, que así se llamaba y así lo
nombraban sus papás, cuando tomó la decisión de irse a luchar por ese otro que
no lo era porque era él mismo, les escribió una carta: Otra vez siento bajo
mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con la adarga al
brazo. Y es que el hombre, de verdad tenía su pisca de poeta -¡y
vaya si lo era!-, cuando de tan metafórica manera les participó su
determinación. Igual lo hizo con sus cinco pequeños hijos. A unos y otros, sin
alardes ni patetismos, les anunció que debían estar preparados para no volverlo
a ver. Pero dialéctico y revolucionario, esto tan trascendente para el común de
los mortales, lo anotó apenas como el dato inevitable en una biografía personal,
y pasó pronto de largo sobre él. La recomendación principal en esas cartas
testamento, era el legado que les dejaba de una vida consecuente con un
pensamiento y comprometida con la liberación de los sometidos y el desagravio de
los humillados. Era él mismo el Hombre Nuevo que recomendaba construir si se
quería redimir el mundo de las miserias a las que lo tenía postrado el hombre
viejo, el que gira alrededor de sus apetitos e intereses.
El cadáver del Che
Un cadáver así, como el que conocimos porque los
torpes estrategas del despotismo militar latinoamericano calcularon que con esa
imagen se acababa el mito, un cadáver así, dan ganas de sentarse a
conversar con él. Serenamente, largamente, y hasta fumar de su tabaco como lo
hacían nuestros antepasados en señal de comunión. Sin llanto en los ojos desde
luego porque ¿a santo de qué llorar?
Llanto el del verdugo que no supo matar tu
cadáver y luego gastó su vida y la de la siguiente generación, a la manera de
los primeros conquistadores que destruían los adoratorios de los amerindios,
porfiando en desacralizar ese inmenso santuario que iba siendo ya toda Bolivia,
donde ríos, cordilleras, el sonido de la tena, el canto del tucán y hasta el mar
que no tiene, eran venerados por multitudes en romería de todo el mundo, como
el pueblito por donde pasó el Che, el rancho donde durmió el Che, el sendero
que transitó el Che, y así hasta el santuario mayor, Arca de la Alianza, Santo
Grial por el que lucharon infructuosamente todos los Indiana Jones del mundo, la
humilde alberca de la escuelita en la universal Higuera donde una mirada serena
que no deja de mirar, nos pregunta e interpela y reclama respuesta.
El Che: guerrero y poeta
Altar aquél donde cayó el Che para levantarse e
ir por siempre persiguiendo los verdugos en cualquier rincón del mundo donde
posen su planta, inspirando donde quiera haya jóvenes, estudiantes, obreros o
cantores, hombres o mujeres ya desde entonces indignados reclamándole al mundo,
mucho antes de que se diera lo peor en el triste ocaso del siglo XX y en el mal
alborear de este XXI, que otra cosa exigen de él. Fuera en Islandia o en
Vietnam, en la muralla de una capital del primer mundo o en la pared derruida
de una casa campesina en los Andes sudamericanos y aún en la mismísima entraña
del monstruo, una imagen orienta el camino.
Pero el Che nos enseñó no la visión idealista de
la revolución como gesto ni apenas como actitud, sino como una construcción que
partía del estudio, el espíritu crítico y ¡ah! mucho trabajo, asentado en el
suelo que nos sostiene y siempre con el otro. Por eso él no es un ícono ni un
mito aunque tenga de los dos, y aunque la mercadotecnia del statu quo así nos lo
recomiende.
Era tan integral además de íntegra su condición
humana, que ya su espíritu poseído por los efluvios de la guerra, fue capaz de
componer un poema, declaración de amor, de despedida y de fortaleza a su amada
Aleida, cuando la decisión suprema de partir a Bolivia en viaje que sabía sin
regreso, llevaba ínsita la de abandonarla:
Adiós, mi única,No tiembles ante el hambre de los lobos
Ni en el frío estepario de la ausencia,
Del lado del corazón te llevo
Y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume.
8 de Octubre conmemoración de la caída
del Che. Día del guerrillero heroico! Y, con Fidel, Chávez, Evo, Correa y
Marcha Patriótica te decimos: ¡Hasta Siempre Comandante!
No hay comentarios:
Publicar un comentario